Agosto, 2019. Justo cuando se estrena la última de Tarantino, localizada en Hollywood, pero datada en el apogeo de la fiebre hippy que tuvo en San Francisco su epicentro, aterrizamos nosotros en un nueva incursión por los USA.  Eva, quien escribe y mi hija Maya, que desde hace un año vive en Miami. Y al preguntarnos por qué precisamente aquí, “Fiebre” se nos presenta como un leitmotif inspirador, porque San Francisco, junto a sus terremotos, ha sabido desencadenar y proyectar sobre el mundo cambios sociales de una increíble capacidad expansiva, contagiosos como epidemias.

Basta recordar Berkeley, la más antigua de sus dos célebres universidades, que alumbró en 1967 el mítico “verano del amor”, aquel make love, no war que cambiaría nuestros usos sociales y sexuales, las relaciones entre hombres y mujeres y entre padres e hijos, como no se atrevieron a soñarlo sus jóvenes y fumados protagonistas. Stanford, el otro gran centro universitario, y por extensión Silicon Valley, protagonizan desde hace un par de décadas la nueva revolución que está cambiando nuestro mundo a una velocidad y tan profundamente que nos falta distancia y sobra vértigo para valorarlo en todo su alcance. Antes de estas dos fiebres, fue la fiebre del oro, desatada en 1848, que hizo pasar en menos de una década a un poblachón de ochocientos habitantes a una ciudad de más de cien mil, el puerto de llegada de los buscadores. Dos años antes, los Estados Unidos habían arrebatado California a los mexicanos que a su vez la habían heredado de nosotros, una leve presencia hispana de menos de un siglo que dejó huella imborrable en los nombres: en California casi todo se llama en español, desde las montañas y los ríos a pueblos y ciudades y en San Francisco sus barrios más famosos, Presidio, Misión, Castro o Marina.

La segunda ciudad de California no tiene el tamaño ni la extensión de Los Ángeles (sabiamente excluida, por no abarcar más de la cuenta, de nuestro viaje), pero es mucho más ciudad, la única, junto a Nueva York, que responde al modelo de concentrada urbe europea y no al disperso de las norteamericanas. La razón, en su caso, se debe a las empinadas colinas que limitan el espacio habitable y sobre todo a la bahía, ese espectacular Pacífico al que todos los edificios, Golden Gate incluido, intentan asomarse.  También Alcatraz, la isla prisión de la que ningún preso escapó nunca, no se sabe si por las medidas de seguridad o por no renunciar, hasta el mismo Al Capone, a la incomparable vista de sus celdas.  Hoy los turistas reservan con tanta antelación el pasaje en los barcos para visitar la antigua cárcel, que nos sentimos liberados de hacerlo. Más interesante nos parece indagar qué nueva calentura anda incubándose en San Francisco capaz de contagiarnos en el inmediato futuro. Varios días de callejeo por la ciudad, haciendo arqueología de los años hippies en Ashbury, de los Beat en Chinatown y de la revolución gay en Castro, nos dejan la impresión de que en el San Francisco actual, residencial y decadente, el precio de la vivienda por las nubes, poco nuevo se mueve. Si acaso en el downtown las legiones de homeless que deambulan por sus aceras enganchados al crack, a la flakka, la llamada droga caníbal, o a cualquiera de las nuevas drogas sintéticas que vuelven inocente la marihuana de hippies y beatniks y hasta el ácido que en los setenta abanderaba como puerta a una nueva percepción,Timothy Leary. Avoid Tenderloin!, nos advirtieron cuando llegamos, aludiendo al distrito más deteriorado. Demasiado tarde, porque nuestro hotel, pensándolo céntrico y a buen precio, lo habíamos reservado en Tenderloin. Lo que nos brindó la oportunidad de observar de cerca esa cara oculta de la ciudad, tan paradójica, visto el dinero que en plena revolución digital mueven sus habitantes. ¿Será ese el futuro de nuestras ciudades? ¿Un mundo de multimillonarios acosados por zombis sin hogar, como una secuela de The Walking Dead?

Es lo que tiene estar tan cerca de Hollywood. El San Francisco que visitamos ya lo hemos visto antes en las películas. El Golden Gate en Vértigo, Superman y en El Amanecer del Planeta de los Simios, Chinatown en la homónima de Polanski y las calles en pendiente que descienden a la bahía al volante de Steve Mcqueen en Bullitt.  Incluso el terremoto final provocado por la falla de San Andrés que destruirá tanto la ciudad como la civilización occidental al completo, lo han anticipado buen número de films del género Catástrofe.

En realidad, los cambios, las fiebres sucesivas que desde aquí se extendieron al mundo, no se cocieron nunca en la ciudad propiamente dicha, sino en sus alrededores. Más que en comunas o garajes, en las dos grandes universidades mencionadas o en las pequeñas ciudades satélites en torno a la bahía. Entre Palo Alto y San José, dos nombres tan hispanos, se extiende hoy el valle imaginario que más riqueza acumula en el mundo, sostenida no ya por el silicio de las grandes empresas de hardware, que aquí siguen, sino por los creadores de mucho más etéreas nubes y plataformas virtuales. Apple y HP tienes aquí sus sedes, pero sobre todo la tienen Facebook, E-Bay y Google. Esta última cuenta en Silicon Valley con diez campus que suman más de setenta mil empleados, las dos terceras partes ingenieros informáticos llegados de todas partes del mundo. Entre ellos, el sobrino español que nos abre paso al interior de uno de estos campus, tan modernos y asépticos, dotados de comedores, gimnasios y salas de meditación y ocio, que más que fomentar la tensión creativa, parecen impulsar el relax y el descanso. ¿Acaso el capital en Silicon Valley se ha vuelto, en lugar de depredador, sorprendentemente compasivo? Hollywood está ahí al lado, no nos olvidemos, y lo que de verdad crea dinero en California no es lo real, sino cómo se cuenta, el relato. Por eso los coches autónomos que vemos circular por el campus, pese a no estar autorizados aún a que lo hagan sin conductor, el boom de las criptomonedas o la eclosión de ecológicos y carísimos Teslas, tan visibles por estos lares. Como la atmósfera de optimista ciencia ficción en la que los informáticos de Google parecen flotar blandamente, tentados por todas las comodidades, en lugar de currar a destajo. Nadie quiere películas de zombis en Silicon Valley, si acaso comedias como la serie del mismo nombre. Así es la última fiebre. Un futuro virtual tan cambiante y veloz que ni ellos mismos saben a dónde lleva, pero que te lo venden siempre con happy end, para que no dé miedo.

Join the discussion 3 Comments

  • Luis Victor Temboury Ruiz dice:

    La verdad decepciona que en la costa oeste no haya un gran movimiento de repercusión mundial. Todo lo que hoy se mueve en USA lo hace alrededor de la contestación a Trump y a los derechos de la mujer. Ambos temas de gran enjundia que al parecer focalizan todas las energías.

  • Cecilia Matas dice:

    Someone DID escape Alcatraz. I’m not sure if alive or if he died trying. You could try and write it in english. I’m sure that would be a challenge

    • temboury dice:

      I have good news for you: this year I passed English C1 with excellent qualifications! So I could try this challenge with a litle help from you! Hoping to see you soon with aunt Eva
      X

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